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REFUGIADOS: DESESPERADOS, PERO NO SIN ESPERANZA

Independientemente de la validez o la irracionalidad de las afirmaciones de que las comunidades de refugiados están infestadas de terroristas, no se puede negar que decenas de miles de hombres, mujeres y niños que huyen de patrias violentas viven en campamentos en condiciones miserables en toda Europa y Oriente Medio. Tommy Ryan, uno de nuestros líderes de la Escuela de Discipulado y Entrenamiento (EDE), regresó recientemente de servir en el campo de refugiados de Moria en la isla griega de Lesbos junto con nuestro equipo de cruzada de la EDE, donde un complejo diseñado para 600 alberga a más de 3000. A continuación se presentan algunas de sus observaciones.

En realidad, trabajar en el campamento de Moria con nuestro equipo de cruzada de la EDE, confirmó y contradijo cómo pensaba que sería este lugar. Sí, las condiciones de vida son pésimas. El campamento está abarrotado mucho más allá de su capacidad original. Las carpas chatarras ocupan casi todo el espacio. Está rodeado por una valla de tela metálica rematada con alambre de púas. El ruido constante y las luces brillantes las 24 horas del día, los 7 días de la semana, hacen que sea casi imposible descansar. Hay guardias en todas las puertas y la policía antidisturbios está de guardia en las cercanías en caso de que estalle algún tipo de violencia. El ambiente me recordó a una película en blanco y negro. Todo el color queda ahogado por las lonas grises que cubren las tiendas de campaña con las letras ACNUR. Teniendo solo refugios de lona, no sé cómo se mantienen calientes. Se les permite un saco de dormir en mal estado, una colchoneta y dos mantas. A menudo venían pidiendo más mantas, a lo que la mayoría de las veces teníamos que responder: “Lo siento, no puedo darte más”.

Tratamos de proporcionar las mejores condiciones de vida posibles con los suministros terriblemente inadecuados, pero en su mayoría nos sentimos impotentes. Aún así, hubieron momentos en los que pudimos hacer pequeñas cosas que marcaron una gran diferencia. Las cremalleras de las tiendas necesitaban ser reparadas constantemente, así que cuando arreglaba una, los ocupantes expresaban mucha gratitud. Agradezco a Dios por las pequeñas cosas que pude hacer.

No esperaba ver tantas sonrisas. A pesar de su falta de color y sus historias trágicas, el campamento no es un deprimente agujero negro de tristeza. Incluso al interactuar con personas que solían llamar a Alepo, Siria, su hogar antes de perderlo todo, aún podía sentir su esperanza de una vida mejor. Sin embargo, lo que pone a prueba en gran medida esta esperanza es la entrevista que determina si están autorizados o no para ir a Atenas, el siguiente paso de su viaje. En los inicios del campamento, los refugiados llegaban y luego se dirigían a Atenas al día siguiente. Ahora, desde el acuerdo entre Turquía, Grecia y la Unión Europea, el proceso es mucho más lento. Conocí a un joven de Afganistán que había estado viviendo allí durante 9 meses.

Pero eventualmente consiguen irse. Alrededor de la época en que regresé a casa, muchos de los que habían estado en Moria durante mucho tiempo fueron autorizados para ir a Atenas. Allí en la ciudad capital les espera otro campamento. Así que siempre están esperando. La esperanza, al final, es todo a lo que tienen que aferrarse. Todos parecen saber que la creencia de que hay algo mejor esperándolos es lo único que los mantendrá en marcha y tal vez lo único que los mantendrá con vida. Ruego que encuentren la plenitud de esperanza que necesitan.